Hace unos meses “perdí” mi coche... que no cunda el pánico, solo lo perdí durante media hora… pero os quiero compartir la anécdota y a la reflexión que llegué. Tuve una comida de trabajo y aparqué algo retirado del lugar escogido para el evento, y con la ilusión de encontrarme a compañeros con los que hablo frecuentemente pero q solo nos vemos una vez al año, no presté la atención suficiente al lugar donde aparqué!. Así que ya casi llegando al punto de encuentro, visualicé dónde estaba el coche, como para no olvidar donde lo había dejado…
Bien, tras varias horas, de compartir y de muchas risas, tuve que marcharme, calzaba unas botas con un poco de tacón que siempre me habían resultado cómodas, hasta que en el camino de regreso sentí que los pies estaban algo recalentados, llegué por fin al lugar y ante mi sorpresa, el coche no estaba, existía el hueco, hueco vacío! el primer pensamiento: se lo ha llevado la grúa!, y después de revisar concienzudamente el lugar, pienso: «te has equivocado», y comienzo a recorrer las calles de los alrededores, observo que el pánico no aparece, solo la sorpresa y el desconcierto, a la vez q una voz interior, me dice: «regresa al punto de partida»… y escuché, escuché haciendo caso a mi voz, mi voz interior, la voz que me organiza, la q me conoce, la que me da sosiego recordándome que todo está bien dentro de mí, la que no olvida que tengo herramientas para controlar los momentos de crisis…
Así que después de media hora y con los pies recalentados, con paciencia, hice mentalmente el recorrido a la inversa… hasta darme cuenta de que no había errado el camino, solo había fijado en mi mente el lugar erróneo… explico esto: en el lugar que creía haber aparcado, en realidad sí que había hecho el intento, pero no había suficiente espacio y lo descarté después de hacer el intento y comprobar que no cabía, por lo que aparqué algo más adelante y en el lado opuesto de la misma calle, lo recordé al encontrar el coche unos metros más abajo, así que por fin entré en mi coche, percatándome de que ya se habían formado ampollas en los pies…
¿Sabéis? esta sencilla experiencia, me lleva a compararla con mi propio proceso vital, darme cuenta que no estaba errada en el camino, camino que decidí en esta reencarnación y seguro que en otras también, camino que creí había abandonado, tras marchar de los lugares que me dieron la oportunidad de conocer lo que es la Iniciación, también de lo que NO es la Iniciación, donde descubrí ese espacio maravilloso que hay tras el velo, pensé que me había marchado, que había dejado el camino, esto me creó desconfianza en mi misma durante mucho tiempo, desconfié de mi voz, de ESA voz.
Hace unos cuatro años me propuse darle un vuelta de tuerca a mi vida y que si era necesario, tenía que pasar la rosca, era el momento de escuchar mi voz, de volver al punto de partida y aunque con algo del síndrome del impostor, empecé a reconducir mi vida, mi economía, mi profesión, mis actividades, recuperando lo más importante… las ganas de divertirme, de pasármelo bien… de bajar la intensidad del drama en mi vida, facilitando que aparezca gente diferente en mi vida, que vuelva gente bonita que siempre ha estado ahí, dosificando los encuentros con gente que no suma, sino que resta.
El punto de partida, siempre es buena referencia para recordar de dónde venimos y hacia dónde queremos ir… incluso nos ayuda a ver que a veces cargamos cosas que no son nuestras, confundiendo como propias, dejando de ver que son solo eso una carga, no siempre lo que encontramos en el camino nos facilita las cosas, y llegamos a obviar las ampollas, que no son ni más ni menos que el toque de atención, recordándonos que cuando hay dolor hay que parar, cambiar de tercio, si vamos en contra de nosotros mismos, se crean “ampollas” en nuestro carácter y hacen que perdamos la capacidad de divertirnos como cuando éramos niños…la ascensión en la espiral, o en la escalera de Jacob, así lo exige… un paso atrás en el proceso no significa parar en nuestro crecimiento.
Gag-Mo Ana María Martínez